¡¡¡GUAPETONA!!!

Es un hecho de que hoy por hoy una imagen vale mas que mil palabras, por ello, los políticos con pretensiones de altura se asesoran por un experto para calibrar sus gestos, mediar sus palabras y sobre todo ofrecer un aspecto que induzca a muchos a votarlo, tristemente y creo que en un alto porcentaje se valora mas todo ese conglomerado hipócrita, que su valía.
Pero, una cosa es dar una imagen y otra es cambiarla como ha hecho Fernández de la Vega, de llevar un peinado tipo gallina caponata o pájaro loco, ha pasado a un estilo clásico y desenvuelto, de tener un cuello tipo “la arruga es bonita” a tener una piel tersa y una carita sin arrugas, sin pliegue alguno que denote el paso de los años, en una palabra, que con el resultado le ha dado al gremio de facultativos dedicados a la estética, una inmejorable publicidad, porque vamos a ser sinceros, ¡¡¡se ha producido un milagro!!!, de la cara de mala leche con atisbos de inquisidora, la han convertido en una dama de carita dulce, agradable y con ganas de darle los dos ósculos reglamentarios, pero… para culminar la obra, no estaría de mas un destape para que supiéramos si la reconversión ha sido solo parcial o de cuerpo entero, porque dado el caso de intimar puede uno llegar a la depresión si en vez de sedosa piel halla pellejo.
Quizás este chapado a la antigua, pero mostrarse como uno es, da cierta personalidad y carencia de complejos, además uno debe apreciar lo que da de si cada uno y no el resultado de la cirugía, hay que reconocer que nuestra anfitriona tenia un careto de mala uva que desalentaba a los mas lanzados, pero también le daba un aspecto duro, realista y de pocos amigos que ocupando el cargo que ocupaba la dotaba de respeto y personalidad, ahora, no cuadra con ella eso de que “la cara es el espejo del alma” porque la suya no es de verdad y eso de que “el alma solo es de Dios” y tal y como esta el PSOE con la Iglesia, pues…eso, vale pues, le deseo la mayor felicidad con su nuevo aspecto y si ella se siente bien, pues me alegro y la felicito, sin olvidar ni por un instante aquello de que “aunque la mona se vista de seda… mona se queda”.