DOMUND
Hubo un tiempo en que por estas fechas me dedicaba a sangrar a familiares y vecinos portando un alcancía en forma de cabecita, donde las almas caritativas y en muchos casos casi obligadas por la relación existente, no podían negarse a introducir unas pesetillas, con ello, cumplía con mi obligación y deber de postulante del Domund, cuyo fin, era recaudar efectivo para sostener a las misiones a lo largo y ancho de los continentes.
Recuerdo que se establecía una competición para alcanzar el grado de “number one” de la clase en afán recaudatorio, incluso se hacían aportaciones periódicas para apadrinar a un “niñito” del tercer mundo, lugar, al que en ocasiones quería ir, no como misionero, sino tentado por el diablo para contemplar “in situ” las glándulas mamarias de las negras, que en aquella época además de las de las nodrizas, eran las únicas que uno alcanzaba a ver en alguna que otra revista, que, si pasaba la censura, incluso se las podía ver en pelota viva correteando por la selva, todo, hasta que llegaba el misionero y les convencía de que eso de arrastrar los “güevines” ante el fuego de la tribu, montarse bacanales después del tam tam de media noche y conseguir una nochecita con la mejor de la tribu después de haberse llevado por delante varias piezas de caza, era pecado y que insistiendo, uno se iba a los infiernos y no conseguía la salvación eterna, en una palabra, mi deseo, mi tentación onanista era ir donde aún no hubieran llegado los misioneros, lo deseaba en “estado salvaje” y todo a pesar de saber que podría sobrevenirme la ceguera, (hay que ver lo que consigue el demonio con sus placenteras tentaciones).
Es un hecho, que nos hemos pasado toda la vida dando dinero para el tercer mundo, sin que a nadie se le haya ocurrido procesar a los que lo administran porque es casi imposible que aún no se haya solucionado nada de nada, siguen pidiendo, seguimos enviando efectivo, ayudas, a través de las sempiternas misiones y ONG y sin embargo nada cambia, nada florece en estas lejanas tierras.
Con el tiempo deje de postular, uno no podía ir por ahí pidiendo para los pobres con las piernas peludas y bigotillo, podría prever que alguno pensaría que me lo iba a gastar en cañitas y por supuesto seguro que algún familiar razonaría que me había afectado al cerebro “lo salvaje” en vez de la ceguera.
En una palabra, deje de postular mas que nada porque todo tiene su tiempo, se crece y vienen a la mente mil preguntas sin respuesta, se piensa en